Historia de la fotografía gastronómica (parte II)

La semana pasada hablamos en este espacio de la historia de la fotografía gastronómica. De cómo esta había evolucionado desde sus inicios más simples y parecidos a los bodegones en pintura hacia la fotografía más publicitaria y artificial. ¿Qué le seguiría a continuación? Te lo contamos:

Entre la década de los 60 y los 80, coincidiendo con el auge del arte conceptual, la fotografía en los libros gastronómicos dio un giro. Los elementos eran fotografiados solos, en repeticiones y de maneras más sencillas o incluso abstractas. Un ejemplo de ello es la obra La soupe de Daguerre (1975) de Marcel Broodthaers. También la obra de Irving Penn es clave en este periodo.

La comida deja de ser solo comida y pasa a tener un significado dentro de la imagen. Se convierte en un elemento identificativo de religión, cultura, clase social, raza… En este sentido es ampliamente conocido el fotógrafo Martin Parr que retrata la comida de una manera singular, casi bajo el lema “somos lo que comemos”, como puede observarse en esta fotografía.  

A partir de la década de los 90 hubo un auge de los cocineros celebrity, los programas de cocina en televisión y la cultura foodie, lo que hizo que los libros de gastronomía volvieran a su popularidad. La cocina francesa dejó de verse como la más perfecta, se empezaron a incorporar ingredientes diversos y empezó ser una moda la “fusión”. Nombres como Jamie Oliver, Nigella Lawson, Mario Batali, Gordon Ramsay, etc. se hicieron muy conocidos. Sus libros se llenaron de fotografías de comida real, tal cual querrías comerla, sin adornos excesivos (es popular, en este sentido, la obra de David Loftus).

Hay que tener en cuenta que esto coincide con la llegada del internet a los hogares, lo que significa que consultar recetas en un libro empezaba a ser un acto menos común. Sin embargo, la producción de revistas y libros gastronómicos nunca había sido mayor. ¿Por qué? Los libros tuvieron que buscar su espacio para no desaparecer en la sombra de Internet, y ese fue el de convertirse más en objetos de arte y diseño que en manuales o recetarios. Las imágenes son bonitas, están cuidadas (sin la exageración, sin embargo, de las décadas anteriores), son limpias… son las que quieres ver cuando hojeas un libro, son las que te conectan a una experiencia, a un “yo quiero comer así”, “yo quiero esa cocina”, “yo quiero esa vajilla”. También existen, al mismo tiempo, fotógrafos gastronómicos que se apropian de otras técnicas artísticas como el montaje, los collages, la pintura… como Laura Letinsky, Lorenzo Vitturi o Daniel Gordon.

Es innegable que la presencia de la fotografía gastronómica ha aumentado cada vez más, a comienzos del siglo XX debido a la popularización de la cámara fotográfica y, hoy en día, por el acceso a los smartphones. Como bien explica Susan Bright, hacer fotos de nuestra comida, se ha convertido en parte de la experiencia de comer. ¿Quién no ha hecho alguna vez una foto a un plato que le ha gustado mucho?

Información extraída de Feast for the Eyes (Susan Bright, 2017)